El reino animal y su simbología en Los cuernos disparatados de Cándido F. Mazas. Una aproximación
Laura Paz Fentanes

A M. F. B.

Conocí a Cándido Fernández Mazas hace algo menos de medio año a través de José Ángel Valente y Eugenio Granell. Bien, en realidad no «conocí» a Cándido F. Mazas, sino su legado, su arte; y tampoco fue por medio de José Ángel Valente y Eugenio Granell, por quienes pregunté a quien me lo dio a conocer.

Vi por primera vez un dibujo de Fermazas, como firmaba el pintor en la mayoría de los casos, hace ya tres años. Se trataba de la ilustración de la portada del número 35 de la revista Alfar, publicada en diciembre de 1923; sin embargo, en ese momento yo todavía no era consciente de quién era su autor.

La primera pieza que vi, sabiendo ya que era de Fermazas, fue la portada que el ilustrador hizo para el volumen La Luna, el alma y la amada de Xavier Bóveda, publicado en el año 1922. Al verlo no solo me pareció uno de los dibujos más bonitos que he visto en mucho tiempo, sino que no podía creer que alguien hubiese podido pintarla hace más de cien años.

Como no soy especialista en arte, voy a centrarme en la dimensión literaria de Cándido F. Mazas. En concreto, en uno de los dos dramas publicados: Los cuernos disparatados, subtitulado como «Farsa en siete momentos». La pieza vio la luz por primera vez en el año 1981 en Ediciós do Castro (junto con Santa Margorí, la otra pieza teatral del autor) y volvió a ser publicada, esta vez de forma independiente, en 1993 por Ediciones Andoriñai. No obstante, y tal y como el propio autor ha dejado indicalo, la obra estaba lista para publicarse ya en el año 1931, antes de que su proyecto editorial fracasase.

El tema del cornudo, central en Los cuernos disparatados, como su propio título apunta, goza de una gran tradición literaria desde la figura griega de la diosa Hera. En el ámbito literario español hay abundantes ejemplos, como puede ser el famoso Lazarillo de Tormes o, ya contemporáneo al propio Cándido F. Mazas, Los cuernos de don Friolera (1925) de Ramón del Valle-Inclán.

Los cuernos disparatados ha sido estudiado desde una perspectiva comparatista por Javier Navarro de Zuvillaga en esta misma página web, donde el autor destacaba ya la importancia del mundo sonoro y animal de la obraii. A partir de ello, quiero analizar sucintamente aquí la fauna del drama desde un punto de vista analítico en cuanto a algunos de los símbolos más importantes que se han podido identificar. Principalmente, destacan los pájaros de todo tipo y el gato Morito de don Juan de Montemor, ya que tanto los primeros, como elemento colectivo, como el segundo fueron incluidos por el autor en la lista de «Gentes de la farsa» ya desde el inicio de la pieza teatral.

Las aves son mencionadas con cierta frecuencia a lo largo de la obra, la mayoría de las veces en alusión a su sonoridad: «cantaban los pájaros burlándose de mi pena» (p. 61), «el gorjear de los pajaritos» (p. 136), «me alegraré con el trinar de los pájaros» (p. 153), «Era el trinar de los pájaros» (p. 159), «Ni pájaros, ni voces» (p. 163), «aquí un largo silencio con canciones de pájaro» (p. 165), «los pájaros fingen un cololario de rechuchíos» (pp. 168-169) o «los pájaros saludan a un alegre amanecer» (p. 199). En otras ocasiones se emplean como símbolo de las «aspiraciones amorosas todavía irrealizables» (Pérez-Rioja, 2004: 332-333) y símil del enamorado enjaulado: «Morriñosa como pájaro engayolado» (p. 25), «Imagínese en una jaula a un pajarito enamorado. ¡Imagínese en una jaula a un pajarito enamorado. ¡Imagínese a la pájara de su amor! Todas las mañanas vuela la pajarita hasta la jaula… Se abre la ventana… una linda doncella sale a regar las flores… vuela asustada la pajarita… (…) ¡Yo soy el pajarito!» (pp. 54-55) o «me murcharé como un pajarito» (p. 79)iii. Estos últimos ejemplos son los que encajan dentro de la concepción del pájaro como amante metamorfoseado que propone Cirlotiv.

De entre todas las aves, descuella la alusión concreta y reiterada a la paloma, que casi siempre se identifica con Blanca Flor cuando alguno de los personajes trata de describirla, lo que encaja con la concepción de Cirlot y Pérez-Rioja al representar la paloma el alma de la protagonistav. También sobresale el personaje de Anduriña, que es la muchacha que acompaña a Blanca Flor y a Martina a lo largo del primer acto. Según Cirlot, las golondrinas son aves consagradas a Isis, la diosa egipcia que se ha considerado tradicionalmente como la instauradora del matrimonio y, por lo tanto, su protectoravi.

Todavía cabe citar aquí algunos ejemplos de otra ave de aparición recurrente a lo largo de la obra: el gallo. Este aparece frecuentemente mencionado en las acotaciones y, a continuación, el autor transcribe su cacareo (pp. 174, 175, 178, 190, 193 y 199), lo que otorga voz al ave y una mayor sonoridad a la obra. Para Cirlot y Pérez-Riojas, el gallo es un emblema de vigilancia y actividad, lo que encaja con las escenas en las que es incluido, anteriormente citadasvii. En el resto de las menciones que se hacen de este animal en la pieza, el gallo sirve de comparación con el amante varón: don Floro y don Juan de Montemor. Mientras que don Floro lleva una boina que «es un afónico cocoricó en su figura de gallo mojado» (p. 69), don Juan se autodenomina repetidamente como «gallo capón» (pp. 110 y 111) al consentir que Floro «alegre» a Blanca Flor, pero sin que le «robe su cariño» (p. 107).

El gato, al igual que las golondrinas, también se considera un animal consagrado a la diosa Isis, pero, en este caso, este aparece en el último acto de Los cuernos disparatados como símbolo del alma de don Juan de Montemor. Un ejemplo de ello se encuentra cuando «Don Juan se estremece» y, semejantemente, «el gato se enloma» (p. 174). Se trata de un gato negro, es de sobra conocido su simbolismo, siempre asociado a las brujas, a la muerte y a lo nefasto en términos generalesviii. Se llama Morito de forma nada azarosa, ya que en una de las escenas entre el animal y el protagonista este es adjetivado como «moroso» (p. 177) en el sentido de ‘falto de actividad’ o ‘lento’. Paralelamente y en esta misma escena, el gato va despertando de su sueño ante la alegría de don Juan de Montemor: «llorarla, Morito, llorarla… Blanca Flor te quería, te ponía lazos de colores, te mimaba… Y tú la querías… A tu manera, claro, a tu manera…» (p. 178); reconociéndose ya a sí mismo como el cornudo: «Cuernos, Morito, cuernos…» (p. 180); y comparando a Blanca Flor con una ardilla por su vivacidad y ligereza: «Aquí venía ella, la ardilla… Aquí la ardilla ¿sabes? Lo venía a buscar… A él, Morito, al amante» (p. 179).

En este punto, no quiero renunciar a la faceta pictórica de Cándido F. Mazas, donde se puede encontrar también una muy rica y variada fauna. Algunos ejemplos de viñetas del autor en las que aparecen los animales anteriormente analizados son las siguientes:

  • Los pájaros:

    • «La pajarera nacional» (1925, firmado bajo el pseudónimo de Dichi) en La Zarpa,

    • «Por las ramas» (1926, firmado como Dichi) en La Zarpa,

    • «El discurso del Reistachg» (años 30) en El combatiente rojo,

    • «Reinaré en España» (años 30) en el diario Política o

    • «Rumores a pájaros» (1936) en El Pueblo Gallego.

  • Las palomas de la serie «Aguafuertes goyescos» (1926, firmado como Dichi) en La Zarpa.

  • El búho de «Los amantes de lo oscuro» (1926, firmado como Dichi) en La Zarpa.

  • Los animales con cuernos -vacas, cabras, etc.- de la serie «Aguafuertes goyescos» (años 20, firmado como Dichi) en La Zarpa o «Cosas veredes, galaicos» (1935) en El Pueblo Gallego; además de El cornudo penitente (años 30), que ilustra Los cuernos disparatados.

En conclusión, los símbolos empleados por Cándido Fernández Mazas en Los cuernos disparatados son numerosos, no solo en el ámbito de los animales, sino también en muchos otros, como el de los colores, los nombres o los sonidos. Aunque Cándido F. Mazas ha sido más ampliamente estudiado en su faceta pictórica, ciertamente más profusa, lo cierto es que Los cuernos disparatados es una obra literaria cargada de un fuerte simbolismo, no absenta de pasajes y matices históricos, todo lo cual no puede más que dejar al público lector con la tristeza de que su muerte prematura no le hubiese permitido al autor desarrollar todo el ingenio que podría haber alcanzado en todos los sentidos de la palabra arte.


i Para este estudio la edición manejada ha sido la de la segunda publicación.

iii Diccionario de símbolo y mitos: las ciencias y las artes en su expresión figurada (2004) de José Antonio Pérez-Rioja, Tecnos, Madrid, pp. 332-333.

iv Diccionario de símbolos (1992) de Juan-Eduardo Cirlot, Labor, Barcelona, p. 350.

v Diccionario de símbolos (1992) de Juan-Eduardo Cirlot, Labor, Barcelona, p. 353. Diccionario de símbolo y mitos: las ciencias y las artes en su expresión figurada (2004) de José Antonio Pérez-Rioja, Tecnos, Madrid, p. 334.

vi Diccionario de símbolos (1992) de Juan-Eduardo Cirlot, Labor, Barcelona, p. 219.

vii Diccionario de símbolos (1992) de Juan-Eduardo Cirlot, Labor, Barcelona, p. 213. Diccionario de símbolo y mitos: las ciencias y las artes en su expresión figurada (2004) de José Antonio Pérez-Rioja, Tecnos, Madrid, p. 219.

viii Diccionario de símbolos (1992) de Juan-Eduardo Cirlot, Labor, Barcelona, p. 214.