Conocí a Cándido Fernández Mazas en la inolvidable tertulia nocturna de escritores y artistas, en su mayoría gallegos, que Eduardo Dieste presidía en la Granja el Henar, en la madrileña calle de Alcalá. Sería 1933 o 1934. Yo no había cumplido aún los veinte. Cuarenta años después y a propósito de una exposición del pintor Eugenio Granell en el Ateneo de Madrid, escribí: “Punto fuerte de la reunión era Cándido Fernández Mazas, un orensano de algo más de treinta años, hombre de gran talento pero psíquicamente inestable, que se malograría joven aún. Excelente pintor, singularísimo dibujante, escritor de buena casta, conversador amenísimo, imaginativo, fabulador, dialéctico brillante, que había vivido en París y tratado a numerosos artistas de vanguardia. Granell y yo lo adorábamos. Él nos desveló el fascinante mundo del arte nuevo y nos introdujo generosamente en el conocimiento de los últimos “ismos” y sus adalides; puso a nuestro alcance revistas y libros franceses cuya existencia ignorábamos; nos aproximó a los hábitos, modos y afanes de la actualidad artística en París; nos dio abundantes noticias sobre las actividades allí de los españoles y nos enseñó, en fin, a ver la pintura con ojos limpios de prejuicios académicos. Las visitas con él a los museos eran una fiesta. Redescubrimos con nueva óptica a “El Greco, Velázquez y Goya”.
Mi primer encuentro con Mazas fue un choque frontal. Comentaba yo en la tertulia, elogiosamente, una exposición de dibujos de un joven pintor que se celebraba con gran éxito de público y de crítica en el Círculo de Bellas Artes, cuando me cortó en seco: “eso no es más que un pastiche goyesco para miopes”, afirmó. Quedé tan aturdido que o acertaba a contestarle. Ante mi silencio, Mazas retomó la palabra y nos dio una conferencia sobre el dibujo y sus leyes. En resumen dijo algo como esto: “Dad al César lo que es del César. Un dibujo autónomo no puede pretender captar ni el color ni el volumen. Lo primero pertenece al mundo de la Pintura; lo segundo, al de la escultura. Para el dibujo tanto da que una mujer sea rubia o morena. El volumen sólo puede ser aludido”. Admití de buen grado que su teoría, como tal, me parecía perfecta. ¿Y en la práctica?, le pregunté. ¿Qué hay que hacer cuando se quiere representar, precisamente, a una mujer morena?. “Para eso están las licencias permisibles al ilustrador, o al escultor como herramientas de trabajo”, me respondió.
Mazas tenía en aquellos días una exposición de sus pinturas en el Lyceum Club, de la calle de San Marcos. Corrí a verla. Me sorprendió muy gratamente. No conocía nada semejante. Eran pequeños formatos con encantadoras figuras femeninas estáticas que ocupaban toda la superficie del lienzo, en las que se conjugaban con sumo tacto y sensibilidad, dibujo y color. Un dibujo sumario bajo tonos agrisados de distinto origen
Creo que las tres anécdotas que acabo de contar revelan con claridad el concepto que Mazas tenía del dibujo.
En el libro “Vida y obra del pintor Fernández Mazas” (1990) que debemos a su hermano Armando, se reproducen, entre otros muchos anteriores y posteriores, una docena de dibujos del natural hechos en la “Academie de la Grande Chaumiére”, de París, en 1925. Retenga el lector la fecha. Bastaría esta pequeña serie de autógrafos para acreditar a Mazas como uno de los grandes dibujantes españoles de la primera mitad del presente siglo. Hoy tenemos al alcane de la mano, para recreo y estudio, los inventarios gráficos completos de los más insignes creadores del género.
En 1925 no había nada o casi nada. No obstante varios de esos dibujos de Mazas, por su concepto y calidad, pueden ser hoy emparejados, hombro con hombro, a los de Picasso y Matisse. Obsérvense atentamente las mórbidas líneas de los dos desnudos femeninos dibujados en el mismo papel. Ambos están dichos con la máxima economía posible de medios. El de la mujer sentada con un vestido abrochado por delante es un claro ejemplo de como puede conseguirse el volumen por alusión. El simple dibujo de los botones hace evidente el torso. Harían bien las academias en mostrar y comentar estos dibujos a los Discípulos.
Conviví un par de años con Mazas y le ví dibujar muchas veces. Era tan hábil como severo consigo mismo. Recuerdo cuando hizo las magníficas viñetas para la revista P.A.N. Él fue, ante el espejo, el modelo para la posición de las manos del fauno de larga barba tocando la flauta.