Ars moriendi
Óscar Rodríguez de Dios

La poética de Fernández Mazas

Y apurar la indecisión es aniquilarse: Mejor esto último.
Matisse nació de este aniquilamiento.

En el fondo, o en la forma, buscamos la huella; lo que hay de un artista realmente en su obra. Sus inquietudes, sus recorridos vitales. Un pulso, un latido, una forma de proceder en la realidad. Si nos quedásemos sólo con su obra gráfica, con sus dibujos, sus grabados, o sus pinturas, a pesar de la vocación discontinua de su obra, de las partes desaparecidas de la misma, tendríamos la posibilidad de un retrato plausible de Cándido Fernández Mazas. Seguir leyendo «Ars moriendi
Óscar Rodríguez de Dios«

Un Poeta (dramático) perdido en la niebla
Javier Navarro de Zuvillaga

El título de mi artículo expresa la sensación que tengo en relación con Cándido Fernández Mazas. Lo único que sabía de su existencia era lo que más de una vez oí decir a Eugenio Granell: que fue él quien le enseñó los primeros ejemplares de la revista Minotaure y le introdujo en el arte de vanguardia. Yo, entonces más enfrascado en la obra granelliana, no averigüé más. Por otra parte, y a la vista de lo poco que queda de su obra (hizo mucho para lo poco que vivió), lo difícil que ha sido reunirla y lo tapada que estaba su memoria, tampoco era fácil saber. Seguir leyendo «Un Poeta (dramático) perdido en la niebla
Javier Navarro de Zuvillaga«

Mazas, poeta creador de la amistad
Eugenio F. Granell

Fui muy afortunado habiendo sido amigo de Fernández Mazas. Lo conocí en Madrid. Acababa de llegar de Francia, su amistad fue un premio gordo de la lotería vital, lo que basta para sentirme ufano de mi paso por la tierra. Muchas veces crucé Madrid desde mi pensión en la calle Atocha hasta la de Lista, donde Mazas vivía en el estudio de Arbós, que cuando se fue en el  verano siguió Mazas ocupándolo durante los primeros meses de la guerra. Seguir leyendo «Mazas, poeta creador de la amistad
Eugenio F. Granell«

Rasguño
Miguel Copón (Miguel Ángel Ramos)

Nos informa el Tesoro… De Covarubias desde su siglo XVII que debuxar es “delinear alguna figura sin darle color ni sombras, sino tan sólo tomarle los perfiles”, resulta claro que la definición conviene de la forma complejamente exacta no sólo de la obra de Cándido Fernández Mazas, sino que en sus declaraciones sobre lo que sea esta tarea, sus ideas se acercan a los criterios ascéticos de reducción propuestos por este diccionario. Reducir como método de encontrar los perfiles. Este mismo texto sería un dibujo, de seguir estas indicaciones, pues un retrato, bien sea de un autor, un tema o una perspectiva sobre ambos, ha de operar necesariamente sobre este criterio. Seguir leyendo «Rasguño
Miguel Copón (Miguel Ángel Ramos)«

Cándido Fernández Mazas
Gonzalo Torrente Ballester

Cándido Fernández Mazas vivía entonces, hablo del invierno de mil novecientos treinta, en una pensión e la calle Carretas, en Madrid. Alguna vez me invitó a comer en aquella pensión. Íbamos juntos al teatro Español, donde actuaba Margarita Xirgú y, por las noches, a la Granja el Henar, donde una veintena de personas se reunía en torno a don Ramón del Valle Inclán. Recuerdo entre ellos a los gallegos Dieste, Otero Espasandín y Carlos, el pintor santiagués, Carlos Maside, que dibujaba caricaturas políticas para algún diario. Yo era el más joven de todos y solía refugiarme en un rincón, a ver y a escuchar. Nos retirábamos tarde, y era precisamente a esas horas de la noche, frías y claras del Madrid de entonces, cuando Candochas, que así llamábamos a Cándido, desplegaba su genio vociferante, contra esto y aquello, para sorpresa de los guardias que nos veían pasar, que nos escuchaban, que a lo mejor estaban conformes con lo que Candochas decía. Tenía la voz recia, como su bastón que era un cayado de tojo, doblado a fuego. Cándido fluctuaba entre la vocación de pintor y la de escritor. Acababa de publicar “Santa Margorí”, dedicada “A mi bruna alegría mi mediterránea”, y una tarde de domingo nos leyó, a unos amigos, una comedia en gallego, de dos que tenía, que no sé qué habrá sido de ellas. Tenía el doble don, el de la palabra y de la mano, y hablaba de su literatura como de su pintura: como un manojo de problemas, más que de soluciones. Había estado en París; las vanguardias no le satisfacían precisamente como eso, como soluciones, pero habían dejado su espíritu sembrado de problemas. A quien admiraba realmente era a Valle Inclán, pero él quería ir más allá y en lengua gallega. También manejaba el castellano con destreza. Cándido Fernández Mazas o Marzás como ya se le empezaba a llamar, malgastaba su ingenio contando cosas de Orense. El entierro de una prostituta, que yo describí en alguna parte, a él se lo oí contar, y mi descripción no es nada, comparada al cuento de Candochas. Lo que había de invención en él, no lo sé, porque la historia había acontecido antes de su nacimiento, como otras muchas que contaba, que no había visto, que le habían contado, que el recreaba: la llegada de Victoriano Taibo a Orense, después de publicado su libro “Voume”, o la llegada del escultor Benlliure. Seguir leyendo «Cándido Fernández Mazas
Gonzalo Torrente Ballester«